jueves, 15 de abril de 2010

Porcupine Tree en el Teatro Metropolitan

En solamente dos años Porcupine Tree pasó de ser la joya mejor guardada del progresivo contemporáneo a una de las bandas más reconocidas, emblemáticas y esperanzadoras de la escena musical mundial. Cualquier persona que haya estado en el Teatro Metropolitan en octubre del 2007 no me dejará mentir en que las expectativas para aquél concierto de una sola fecha —contrastando las 4 fechas en todo el país de ésta, su más reciente visita— eran ridículas comparadas con las muy altas expectativas que se tenían sobre esta minigira de la banda por México. En menos de dos meses para acá, todos sabían, o creían saber, quién era esta banda que hace menos de tres años habitaba en los lugares más olvidados de la escena musical de este país.

A pesar del incompresible y a la vez inexplicable salto al mainstream de Porcupine Tree, la agrupación no ha dejado de ser por un solo instante el mejor ejemplo del rock progresivo —y los múltiples géneros que explorara— de los últimos años. Siguen haciendo canciones raras, fusiones de ritmos y ambientes poco convencionales, y en general música no amigable al escucha casual; no obstante es impresionante ver cómo la noche del 14 de abril el Teatro Metropolitan abría nuevamente sus puertas para la segunda fecha de la banda en la ciudad. Fanáticos diversos llegamos ansiosos con una sola cosa en mente: presenciar con absoluta devoción la creación artística de un genio, cuya entrega incondicional nos ha hecho fieles seguidores de su visión musical.

El concierto empezó con la puntualidad británica de Steven, y así sin más, enmudeció al recinto entero con los primeros acordes de Occam’s Razor, para dar paso a una interpretación con muy pocas interrupciones de las 14 canciones del primer disco de su más reciente álbum. La interpretación y ejecución del primer setlist fue magistral, un viaje musical, casi mágico, orquestado a la perfección por la guitarra y el carisma de Wilson. El punto más alto fue sin lugar a dudas Time Flies, que brilló como ninguna otra del conjunto de canciones llamado The Incident. Fue tan rápido que daba coraje no saber cómo se descompone el tiempo para así hacer que aquellos instantes duraran para siempre; poco menos de sesenta minutos y ya habían tocado la bellísima I Drive the Hearse, para así retirarse por primera vez en la noche del escenario.

En la pantalla se podía observar un reloj en cuenta regresiva, testigo de la maniática puntualidad y obsesión por los detalles del guitarrista descalzo. Mientras los segundos se burlaban de mí, la duda sobre qué canciones tocarían a continuación crecía más y más; ya era de dominio público cómo en el concierto del 13 de abril habían modificado considerablemente lo que venía siendo el setlist “normal”, por lo que no era extraño imaginarse que para su última fecha en la ciudad cerrarían con algo especial, cosa que lamentablemente no ocurriría.

Desafortunadamente la segunda parte del setlist volvió a lo convencional, y hubo pocas novedades en las piezas encargadas de conformar el segundo grupo de canciones de la noche. Piezas impresionantes, bellamente ejecutadas, que demostraron los alcances musicales y artísticos de esta visionaria banda. Fue increíble volver a escuchar Lazarus y Anesthetize —aunque incompleta— en vivo, y siempre es un privilegio viajarse con la recalcintrante melancolía de Russia On Ice. A mi gusto la mejor canción de la noche sería Normal, cuya parte instrumental hizo gala de virtuosismo y maestría por parte de Gavin —quien no sólo hizo magia con su batería, también lo hizo con un pañuelo.

Se irían y regresarían a la brevedad para terminar el recital con el encore: The Sound of Muzak y Trains, siempre Trians, ¿hasta cuándo Trains será la encargada de cerrar casi cualquier presentación de Porcupine Tree o Steven Wilson? Con lo caprichoso que es ese señor yo diría que hasta que él se canse de escuchar su majestuosidad y misticismo. Aún hoy sigue siendo invencible como la mejor canción, la favorita y la más trillada. Y sin embargo sigue haciéndonos temblar de la emoción cada vez que esa guitarra acústica empieza a sonar.

¿Expectativas? Muchas, todas ellas superadas de tantas y tan diversas maneras que resulta espeluznante lo impecable que puede sonar una banda en vivo y lo fácil que lo hacen parecer. Uno trata de guardar proporciones al escribir sobre Porcupine Tree, pero para ser sinceros ¿qué otra banda ha creado un legado como el de ellos en las últimas dos décadas?

Sigo sin entender cómo alguien va a un concierto de rock progresivo a charlar en las partes instrumentales, o cómo la mercancía "oficial" puede ser de la misma calidad que la piratería. Algo sí es seguro: el fan de Porcupine Tree tiene que prestar la misma atención a los detalles que Steven, es lo menos que podemos hacer.

Cosa curiosa, yo puse la misma cara de Steven al ver la “calidad” de la mercancía oficial, que lamentablemente fue maquilada en Méjico.


Fotos tomadas de: http://theincidentontour.blogspot.com/

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